Perdón, me equivoqué…

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Optimized-estres¡Qué difícil es pedir perdón, humillarse y admitir que nos hemos equivocado! Sin duda una de las encrucijadas más grandes que debemos enfrentar en nuestra vida es optar entre pedir perdón o seguir aferrados a nuestro orgullo.

Recientemente tuve una seria discusión con cierta persona que conozco. El tema en cuestión no era tan dramático ni relevante, pero el tono de las palabras y los argumentos que cada uno presentaba para defender su postura, dificultaban el logro de una solución madura y efectiva. Pero luego de varios minutos me di cuenta que algo no andaba bien: la otra persona tenía razón y yo no. Así de simple, así de difícil.

Entonces, volví sobre mis palabras, reuní todas las fuerzas posibles y expresé lo contrario a mi orgullo: – “perdón, me equivoqué”. De más está decir que todo cambió a partir de ese momento, pues una vez que dije esa palabra “mágica” toda barrera cayó por tierra y reconstituimos nuestra relación.

Muchas veces no logramos disfrutar nuestra vida porque tenemos cuentas pendientes con los demás. Y no me refiero al aspecto económico, sino al ámbito de nuestras emociones. Es más, muchos profesionales de la salud aseguran que gran parte de las enfermedades modernas surgen como fruto de cuestiones no resueltas con otras personas. En otras palabras, la falta de humildad para dar el paso de valentía y pedir perdón puede llegar a producir enfermedades psicosomáticas (algo que comienza en el alma y muy pronto afecta nuestro cuerpo).

Ya lo sé. Es cierto. Muchas de nuestras consultas a los psicólogos, de nuestras confesiones frente a una persona religiosa y de nuestras inversiones en libros de autoayuda, tienen su origen en la búsqueda de elementos que nos den valor y sentido cuando otros nos han maltratado. Es decir: buscamos cómo reafirmarnos e incluso deseamos librarnos de las cargas para poder perdonar.

¿Pero sabe algo? A lo largo de nuestras vidas existen diversas ocasiones en las que nosotros somos los equivocados, y tenemos que pedir perdón.

El gran rey David escribió: “Dios, mientras no te confesé mi pecado, las fuerzas se me fueron acabando de tanto llorar. Pero te confesé mi pecado, y no oculté mi maldad. Me decidí a reconocer que había sido rebelde contigo, y tú, mi Dios, me perdonaste” (Salmo 32.3, 5).

Al llegar a un nuevo fin de semana, le animo a pedir perdón a quienes ha ofendido. Haga esa llamada, escriba ese e-mail, coordine ese encuentro y hasta realice esa oración. Pero libérese hoy mismo de toda carga emocional, diciendo: – “Perdón, me equivoqué”.

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