Miguelito estaba sucio. Las manos negras, el cuello café oscuro y la cara mugrosa. Pero sus brillantes ojos azules se llenaron de lágrimas cuando su profesora lo regañó por estar tan sucio.
Lo mandó a lavarse y al regresar se dio cuenta de que estaba llorando a grito abierto, avergonzado y humillado. Inclinándose hacia él, le dijo afablemente: “Niño, deja de llorar. Tú sabes que no podía dejarte regresar a casa tan sucio.
Continuar leyendo “Él te reconocerá.”
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