Aprende a pedir

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Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Mateo7:7,8
“No necesito de Dios”, decía Augusto, lleno de orgullo. “Dios es una muletilla que los débiles usan para esconder su fragilidad y falta de valor para enfrentar los problemas de la vida”.
Brillante como pocos; inteligente, al punto de discutir con los profesores y dejarlos en malos lienzos. Respiraba soberbia. Miraba a los demás como si él estuviese en un pedestal, por encima de los pobres mortales. La vida, sin embargo, fue cruel con él. Una noche, mientras regresaba de una fiesta, su automóvil salió de la carretera y tuvo un accidente casi fatal. Llevó meses para recuperarse; pero jamás volvió a ser lo que era. Quedó condenado a una silla de ruedas para el resto de su vida.
Tres meses después, regresó al hospital por causa de otro accidente: la si­lla de ruedas resbaló por una rampa, y cayó desde una altura de tres metros. Los testigos dicen que no aceptó ayuda; no pidió, no buscó, no llamó…
Pedir, buscar y llamar son tres verbos que expresan dependencia. Tú solo pides cuando necesitas, buscas cuando no tienes y llamas cuando deseas en­trar. ¿Sabes lo que Jesús quiere decirte? Que el primer paso del vencedor es reconocer sus limitaciones: tú eres dependiente; no solo de Dios sino tam­bién de las otras personas.

No eres una isla en este mundo; nadie lo es. Todos dependemos de todos. Puedes ser bello como un par de ojos azules, pero necesitas de los pies, por inferiores o detestables que te parezcan. Jamás subestimes a los demás; no los consideres innecesarios. Por abundantes que sean tus talentos, por bri­llante que seas, eres mucho más productivo, más noble y más grande cuando aprendes a pedir, a buscar y a llamar.
Pero, evidentemente, cuando Jesús pronunció estas palabras estaba ha­bl

ando de su infinito amor, listo a ser derramado en la vida de quienes lo reconocen como Dios.
Por eso, hoy, no te atrevas a enfrentar los peligros de la vida sin pedir, buscar y llamar. Jesús está allí, a tu lado, dispuesto a oír tu voz. Quiere ha­certe grande, pero necesitas sentirte pequeño. Si te consideras grande, ¿qué puede él hacer por ti?

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