El joven se sintió engañado. Se había dado cita en un bar con una de esas «damas de la noche», una mujer que le sorbía el seso y cuyo único interés era el dinero. No la encontró, así que se fue a otro bar. Allí tampoco la encontró. No la encontró en ése ni en diez o doce bares más de Santo Domingo, República Dominicana.
Al fin, disgustado y cansado, casi ya en la madrugada, divisó una puerta abierta. «Allí debe de estar», se dijo.
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