El amor de Dios

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Éramos la única familia en el restaurante con un niño. Yo senté a Daniel en una silla para niño y me di cuenta que todos estaban tranquilos comiendo y charlando.


De repente, Daniel pegó un grito con ansia y dijo, “¡Hola amigo!”. Golpeando la mesa con sus gorditas manos. Sus ojos estaban bien abiertos por la admiración y su boca mostraba la falta de dientes en su encía. Con mucho regocijo el se reía y se retorcía.


Yo miro alrededor y vi. la razón de su regocijo. Era un hombre andrajoso con un abrigo en su hombro; sucio, grasoso y roto. Sus pantalones eran anchos y con el cierre abierto hasta la mitad sus dedos se asomaban a través de lo que fueron unos zapatos.


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¿Estás seguro? – Claro que estoy seguro


¿Piensas sacrificar todo por ellos? – Haré todo lo que sea necesario por ellos


Pero a ellos no les importa – Lo hago porque los amo


¿Crees que valga la pena? – Cada persona vale la pena


¿No te importa sufrir? – Si pudiera lo evitaría, pero mejor yo, que ellos


¿Piensa pagar el precio? – Pienso darlo todo


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El amor de Dios

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¿Estás seguro? – Claro que estoy seguro


¿Piensas sacrificar todo por ellos? – Haré todo lo que sea necesario por ellos


Pero a ellos no les importa – Lo hago porque los amo


¿Crees que valga la pena? – Cada persona vale la pena


¿No te importa sufrir? – Si pudiera lo evitaría, pero mejor yo, que ellos


¿Piensa pagar el precio? – Pienso darlo todo


¿Y si te olvidan? – Sé que unos no lo harán


Ellos ni te hacen caso – Pero yo cuido de ellos todos los días


Te van a fallar ¿sabes? – Lo sé, por eso mis brazos estan abiertos para abrazar


Sabes que ellos te van a matar – Normalmente no saben lo que hacen, perdónalos


¿Estás seguro? – Tan seguro como que me llamo Jesús


Enviado por Alejandro Cunillé Fuentes



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El amor de Dios

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Éramos la única familia en el restaurante con un niño. Yo senté a Daniel en una silla para niño y me di cuenta que todos estaban tranquilos comiendo y charlando.


De repente, Daniel pegó un grito con ansia y dijo, “¡Hola amigo!”. Golpeando la mesa con sus gorditas manos. Sus ojos estaban bien abiertos por la admiración y su boca mostraba la falta de dientes en su encía. Con mucho regocijo el se reía y se retorcía.


Yo miro alrededor y vi. la razón de su regocijo. Era un hombre andrajoso con un abrigo en su hombro; sucio, grasoso y roto. Sus pantalones eran anchos y con el cierre abierto hasta la mitad sus dedos se asomaban a través de lo que fueron unos zapatos.


Su camisa estaba sucia y su cabello no habí­a recibido una peinilla por largo tiempo. Sus patillas eran cortas y muy poquitas y su nariz tenia tantas venitas que parecía un mapa.


Estábamos un poco lejos de el para saber si olía, pero seguro que olía mal. Sus manos comenzaron a menearse para saludar.


“Hola bebito, como estas muchachón,” le dijo el hombre a Daniel.


Mi esposa y yo nos miramos, “¿Que hacemos?”. Daniel continúo riéndose y contesto, “Hola, hola amigo.”


Todos en el restaurante nos miraron y luego miraron al pordiosero. El viejo sucio estaba incomodando a nuestro hermoso hijo. Nos trajeron nuestra comida y el hombre comenzó a hablarle a nuestro hijo como un bebé.


Nadie creía que era simpático lo que el hombre estaba haciendo. Obviamente el estaba borracho. Mi esposa y yo estábamos avergonzados. Comimos en silencio; menos Daniel que estaba súper inquieto y mostrando todo su repertorio al pordiosero, quien le contestaba con sus niñadas.


Finalmente terminamos de comer y nos dirigimos hacia la puerta. Mi esposa fue a pagar la cuenta y le dije que nos encontráramos en el estacionamiento. El viejo se encontraba muy cerca de la puerta de salida.


“Dios mío, ayúdame a salir de aquí antes de que este loco le hable a Daniel.”  Dije orando, mientras caminaba cercano al hombre.


Le di un poco la espalda tratando de salir sin respirar ni un poquito del aire que el pudiera estar respirando. Mientras yo haci­a esto, Daniel se volvía rápidamente en dirección hacia donde estaba el viejo y puso sus brazos en posición de; “cárgame


Antes de que yo se lo impidiera, Daniel se abalanza desde mis brazos hacia los brazos del hombre. Rápidamente el muy oloroso viejo y el joven niño consumaron su relación amorosa.


Daniel en un acto de total confianza, amor y sumisión recargo su cabeza sobre el hombro del pordiosero. El hombre cerró sus ojos y pude ver lágrimas corriendo por sus mejillas.


Sus viejas y maltratadas manos llenas de cicatrices, dolor y duro trabajo, suave, muy suavemente, acariciaban la espalda de Daniel.


Nunca dos seres se habían amado tan profundamente en tan poco tiempo.


Yo me detuve aterrado. El viejo hombre se mecía con Daniel en sus brazos por un momento, luego abrió sus ojos y me miro directamente a los míos.


Me dijo en voz fuerte y segura, “Usted cuide a este niño.” De alguna manera le conteste “Así­ lo haré” con un inmenso nudo en mi garganta.


El separo a Daniel de su pecho, lentamente, como si tuviera un dolor.


Recibía a mi niño, y el viejo hombre me dijo: “Dios le bendiga, señor. Usted me ha dado un hermoso regalo.” No pude decir más que un entrecortado gracias.


Con Daniel en mis brazos, caminar rápidamente hacia el carro. Mi esposa se preguntaba por que estaba llorando y sosteniendo a Daniel tan apretadamente, y por que yo estaba diciendo: “Dios mío, Dios mío, perdóname.”


Yo acababa de presenciar el amor de Cristo a través de la inocencia de un pequeño niño que no vio pecado, que no hizo ningún juicio; un niño que vio un alma y unos padres que vieron un montón de ropa sucia.


Yo fui un cristiano ciego, cargando un niño que no lo era.


Yo sentí que Dios me estuvo preguntando: “Estas dispuesto a compartir tu hijo por un momento?” Cuando el compartía a su hijo por toda la eternidad. El viejo andrajoso, inconscientemente, me recordó:

“Les aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrara en el”.
Lucas 18:17


Fuente: www.elrinconcitodedios.com



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